De la Masculinidad Hegemónica, la explotación de los cuerpos y su
deconstrucción:
En
el contexto de los paros y tomas feministas, de mujeres y personas no
heterosexuales, que tuvieron lugar el año 2018, Paul, en ese entonces,
estudiante de historia de la PUCV, nos planteó a mí y a mi amiga Lía,
desarrollar un taller sobre la deconstrucción de la masculinidad. Con mi amiga
nos miramos sorprendidas, ante lo cual Paul nos dijo: tiene todo sentido,
porque ustedes renunciaron a su masculinidad.
El
taller no se concretó, dado que la carrera de historia retomó sus clases
habituales al bajarse el paro; y desde la perspectiva que, sin duda, concede el
tiempo, lo agradezco sabi. Principalmente, porque era ése un período en el cual
con mi amiga, habitábamos el separatismo, del cual me terminé alejando a fines
de ese año. Entre otras razones, porque en mí latía un deseo por mirar más
allá, por generar una articulación que un espacio de resguardo y resistencia
-para mí-, no me permitía. Ahora, mi mirada es una distinta. Conservo elementos
que me sirven de este paso por el separatismo, así como gratas relaciones que
surgieron en ese contexto.
Ay,
niña: me ha sido inevitable recordar, por estos días (desde hace tiempo, en
realidad), a una compañera que habló en el contexto de una reunión abierta
generada para incorporarse a la Red Chilena contra la violencia hacia las
mujeres (una es tan re dura, ñaña) quien preguntó ¿cómo, desde el feminismo,
nos encargábamos de la infancia, especialmente, la de los varones?
Esa
pregunta, fue el primer remezón para sentir una atadura en el separatismo que
habitaba y en el cual me refugiaba, y terminó por sacarme de ese espacio, a uno
más comunitario por así decir. Porque una va recordando los diversos talleres
en colegios con niñxs. En la actualidad, deconstruyendo los cuentos sexistas.
Vi completamente, no el prevenir, sino que el anticipar. Lo cual se enmarca en
cuestionamientos de vida. Principalmente, los emanados a partir de lo sexo
afectivo.
Y
es que involucrarse de alguna u otra manera con hombres cis heterosexuales ha
implicado una ardua experiencia para mí y, me consta, para muchxs de nosotrxs,
porque los hombres son hombres po, prima.
El
haber recibido tanta violencia, incluyendo aquellos intentos de relaciones
(quizá aquí fue una violencia más sutil, pero no por ello, menos dolorosa), y
el darme cuenta, al hablar con amigas y compañeras que ésta era la regla, al
parecer, para quienes habitamos ese espacio de la rareza (no soy una mujer
trans), que no pasamos piola, me ha llevado a mirar qué pasaba conmigo y a raíz
de qué. Desde allí es que los caminos con otras amigas y compañeras, nos
unieron, porque si bien la violencia tiene matices para todas, el núcleo se
mantiene: El poder de los hombres cis heterosexuales, se ha marcado a fuego en
nuestros cuerpos mediante golpes, abusos y violaciones. Somos como obrerxs, que cargamos la marca de esa explotación... la sexual
Estas
situaciones tan de las sucedidas, me han llevado a ver esa normalización tipo
“me pescó el hombre”, si bien, no me andaré con moralinas, sí logro ver a
través de esta mera frase, cómo, al parecer, quienes habitamos la no
heterosexualidad y monstruosidades varias, nos hemos constituido; por cierto,
en general, como un cuerpo para aplacar la calentura del onvre, sabi. Y es que,
en general, veo, escucho que hemos dispuesto nuestro erotismo para consumo del
hombre cis heterosexual, por lo que, me atrevería a decir, ni siquiera es un
erotismo que nazca desde nuestra propia rareza, sino que es una extensión del
deseo de ese hombre.
Y
es que son ellos, quienes detentan el poder; siempre cuando cumplan con lo que Rita
Segato, ha llamado el Mandato de Masculinidad (hegemónica), el cual, explica,
se sustenta en potencias, entre ellas, la sexual. Este poder, finalmente, se
transforma en una pesada carga, pues la vigilancia es brutal
Es
una potencia que se ha empleado con mucha fuerza, en los territorios del Abya
Yala, desde el llamado descubrimiento de América: la profanación, el robo, el
saqueo; es lo que hacen nuestros primos, nuestros tíos, nuestros compañeros de
colegio, con nosotrxs lxs maricones, “ay el mariconcito”. Porque estos ridículos
de los onvres españoles, tan de la línea de la LOK esa de la Tomás de Aquino, vinieron
a imponer el horror de la sodomía, del pecado nefando, fundado en la lascivia
del afeminado, que tal cual la mujer, estaba hipersexualizado. ¿Han visto
ustedes, cómo un taladro despedaza el asfalto? Nosotras las mariconas, los
maricones, nos convertimos, en su primera experiencia en la casa de putas, por
lo anterior, niña. Cuerpos para consumo, cuerpos construidos por el imaginario
del macho.
Hacia
donde una mire aparece el relato de una amiga, de una cercana, de una vecina
que cuando cabra chica fue tocada, manoseada, abusada, violada por algún
cercano suyo. Uno que le enseñaba a cómo masturbarlo, a cuál posición adoptar
para la penetración. Hacia dónde una mira, aparece el relato de los golpes
antes, durante, post abuso/violación, etc. Luego viene el silencio. Entonces,
una escucha sobre aquella iniciación en la llamada “casa de putas” y una dice:
a ver, perrita, hablemos de cómo me enseñaste a chupártelo bajo las sábanas, tú
con 12 y yo con 9. Pero mi boca, la del mariconcito afeminado, así como la de
todos los mariconcitos afeminados, abusados por sus primos machos, se guardará
bajo reserva.
Muchas
de nosotras, las raritas y rarites, hemos estado desde siempre disponibles para
que este hombre demuestre que es digno de continuar ostentando el llamado
mandato de masculinidad. Y nos lo creemos hasta la vida adulta, hasta la muerte
en muchas ocasiones.
Y
yo me niego, quiero pensar en otras posibilidades y me quiero seguir pensando
en vínculos sexo afectivos con diversas corporalidades. Hace tiempo, en
problematización y conversación entre amigas, hemos visto la necesidad de no
seguir aceptando ser violadas por hombres heterosexuales. Pues en nuestro
imaginario, no existe algo más que las imágenes de un porno heterosexual,
porque están los recuerdos de haber complacido a hombres durante la infancia y
adolescencia, porque pareciera que nuestro placer comienza y se funde allí. Y
ya hay que parar, sabi. Yo no quiero que un logro sea el no quedar fisurada
post acto sexual.
El
punto es que no es para mí ésta una… mera cuestión psicológica, porque no se.
trata de estas bestias creadas por ahí, no es algo de la particularidad, sino
que de hombres sociabilizados para comportarse como hombres, es decir,
violentos depredadores en cuanto cumplen el Mandato, esforzándose por no ser lo
que bien nos dice la Sonia Montecinos: mujer, bebé ni homosexual.
Estos
requisitos para cumplir con el mandato establecido, han sido fundamentales (el
asunto está cambiando). Desde 1492, en lo que las feministas comunitarias
llaman el Entronque Patriarcal, en dónde el Patriarcado (de baja intensidad
como plantea la Segato) se suma al Patriarcado propio de la colonización
proveniente de las Europas. Se imita, por la fuerza, al hombre europeo, a
través del proceso de criollización que terminó por construir a un sujeto
hombre misógino, homo, lesbo, trans odiante, entre otras características.
Produciéndose así, una colonización que ya no era la constituida por los
conquistadores del viejo continente, sino que por los mismos seres de estas
tierras, quienes en su condición de criollos, se harán parte de imponer y
resguardar las moralidades de sus maestros de las Europas.
Así,
entonces, niña, la profanación, el saqueo, las violaciones a la tierra y a los
cuerpos feminizados y a aquellos que no cumplieran con este ser hombre, fueron
por el mismo carril. Porque la explotación de lo que los capitalistas llaman
recursos naturales, se da a causa de este mandato de masculinidad hegemónica. Y
en los tiempos que corren, no es casual asistir a un aumento de los discursos
fascistas sin pudores, así como el incremento de la violencia en contra de
mujeres y de personas no heterosexuales, a la vez que más ríos se secan a costa
del Capitalismo Extractivista que es una muestra de la violenta depredación.
Darme
cuenta junto a otras, de estas relaciones, me ha permitido escarbar más
profundamente para remover heridas que creía cicatrizadas. Me di cuenta que no
podía mirarme a mí, no podía cortar con mi patrón de vínculos sexo afectivos
violentos, sin entender los procesos de la sociabilización del ser hombre. Fue
en este punto entonces que llegué hasta mi infancia.
Me
esforcé por demostrar que era digna de la investidura de la masculinidad hegemónica
y me recuerdo burlándome (obligada) de una niña que mis primos molestaban por ser
fea. Afortunadamente, el simular enfermedad, me sirvió para no ser parte de una
persecución que hicieron de ella en plena calle. Al acusarlos con mis tías, se
me castigó. Se me dio otra oportunidad y cumplí. Intenté la rudeza de la
masculinidad en el campo de fútbol, me esforcé, pero en mí se evidenció que
servía para otros propósitos, tal como le sucede a muchas amigas y compañeras.
Sin
ser muy consciente, yo estaba desmontando ese mandato de masculinidad, porque
logré ver esa crueldad. Creo que el haberme identificado con “lo femenino”, me
ayudó. Sin embargo, no a todos los niños les sucede así. Y esos niños crecen
siendo crueles, pues cosifican. A los niños, hay que mostrarles esa crueldad, a
los hombres, hay que mostrarles esa crueldad. No planteo el rol pedagógico,
porque me resulta de una sospechosa verticalidad, y porque además, nos ubicará
a todas quienes habitemos lo femenino en el rol de la madre a la larga. En
donde muchas ya hemos estado, por lo que ya estamos al tanto del desgaste que
éste implica.
Pude
experimentar la deconstrucción de la masculinidad hegemónica, permitiendo
abrirme a la sanación y a la reconexión con mi cuerpo y mis afectos. Me
di cuenta que siendo un maricón vestío e mujer, yo soy fuerte, soy de las
brígidas, y no necesito andar demostrando mi masculinidad agarrándome a golpes
con otros hombres, “conquistando” mujeres, o abusando/violando. Quién deba
recurrir a estos horrores es el débil. EllOS nunca han sido los fuertes, ellos son
los débiles, y han debido inventarse este asuntito patriarcal para aplacar la
fuerza de mujeres y mariconas.
Este
orden patriarcal sustentado en esta masculinidad hegemónica, ha sido, es y será
un gran fracaso civilizatorio. Y ellOS, los débiles, lo saben. Ya no les
funcionó la creación del Estado, porque ya se evidenció su inoperancia. Lo que
viene es aceptar la inevitable deconstrucción, y dolerá, porque mirarse al
espejo, bb y ver las miserias propias, duele, es reabrir puras heridas que
nunca se cerrarán. Ser hombre, defender la masculinidad hegemónica, es
condenarse al sufrimiento por ser débil.
Deconstrucción
o suicidio, sabi. Podría decir destrucción, pero ando tan de las comunitarias
propositivas que, deconstrúyanse, porque desde algún lugar hay que pararse para
cambiar. Si no se aprende de los propios errores, si no se enfrentan los
miedos, cómo, sabi, cómo.
Aaaawwww.
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