domingo, 8 de septiembre de 2019

Trans: una borradura histórica de la Colonial Modernidad




Ay, niña: al tiro (pistola de la población, oay) te digo que esto de la Colonial Modernidad dicen que fue un término trabajado por Anibal Quijano, pero la Silvia Rivera Cusicanqui le palabreó y dijo que no fue él el primero en usarlo. En fin, ai no ai k meterc.

El punto, es que uso este concepto para no olvidar que, desde mi perspectiva, no nos podemos explicar como las mestizas y bastardas que somos, si no es en este llamado encuentro de dos mundos. Que inició en la colonización de estos terruños del Abya Yala. Lo que terminó por configurar a la Modernidad, de la cual somos hijas, sabí.

En el caso particular del territorio bajo control de lo que se conoce como Estado-Nación de Chile, desde 1520, comenzamos a recibir lo que la misma palabrúa de la Silvia Rivera Cusicanqui llamó “herida colonial”. El primero en llegar, fue Hernando de Magallanes, a lo que se ha denominado colonialmente como La Patagonia, habitada por Huiliches.

¿Qué había en estos territorios a la llegada de los conquistadores?

Quizá el siguiente texto citado por Ana Mariella Bacigalupo lo responda (*)

“Llegó un indio de tan mal figura, que su traje, perverso rostro y talle, estaba significando lo que era… parecía un Lucifer en sus facciones, talle y traje, porque andaba sin calzones, que este era de los que… llaman hueyes… traía en lugar de calzones un puno, que es una mantichuela que traen por delante de la cintura para abajo, al modo de las indias, y unas camisetas largas encima. Traía el cabello largo y suelto, siendo así que todos los demás andan trenzados, las uñas tenía tan disformes, que parecían cucharas. Feísimo de rostro, y en el ojo una nube que lo comprendía todo. Muy pequeño de cuerpo, algo espaldudo, y rengo de una pierna, que con sólo mirarlo causaba terror y espanto: con que daba a entender sus viles ejercicios… El que usa el oficio de varón no es baldonado por él, como el que en nuestro vulgar lenguaje quiere decir nefando y más propiamente putos que es la verdadera explicación del nombre hueles… acomodándose a ser machis o curanderos, porque tienen pacto con el demonio” (*)

El relato corresponde al cautivo Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, en una comunidad mapuche durante la Guerra de Arauco en 1629. Lo que describe, es a un machi weye; es decir, a un machi propio de este lugar. Quién ejercía diversas labores al interior de una comunidad, desde curanderx hasta consejero en asuntos de la guerra.

Se referirá a esta corporalidad, utilizando palabras propias de su vocabulario de occidental colonizador: “puto” y con “nefando” da cuenta del llamado “pecado nefando”. Es decir, aquello de lo que cual no se puede hablar, pero que desde la llegada de los colonizadores genocidas, nos ha definido en cuanto a existencias.

Lo que va a ocurrir es la borradura de nuestras formas de habitarnos en un particular son/no son. La mejor muestra de esto es el concepto de Pecado Nefando, que refiere a aquello que no puede ser nombrado.

La siguiente frase es un clásico de clásico, niña, y por lo mismo, lo usaré hasta que tenga too el pelo blanco:

“Aperreó Balboa cincuenta putos que halló allí, y luego quemólos, informando primero de su abominable y sucio pecado”(*)

No se describe el acto en sí, pero se declara con total convicción que se trata de algo abominable y sucio. Nosotras, hemos sido aquello. Y lo preocupante, es que esto ha cambiado en clave de Multiculturalismo diverso e inclusivo.

Para llegar a esta etapa, sin embargo, quisiera dar cuenta de algunos antecedentes previos inscritos por la medicina androcéntrica, oay de los oays.

Primero, esta creación del género en un laboratorio gringo a fines de la década de los cuarenta, de la mano de un equipo médico comandado por John Money, quienes vieron que la categoría clasificatoria de sexo no daba cuenta para abordar una serie de corporalidades que se escapaban al binario excluyente de hombre/mujer. Excluyente, por cuanto si se es hombre no se puede ser mujer y si se es mujer no se puede ser hombre. No obstante, el género tampoco logró contener a todos los cuerpos, fue así que la categoría de intersexualidad saltó a la palestra.

Intersexualidad que, parafraseando a la prima intersex de la Mauro Cabral, corresponde a una clasificación que da cuenta de cuerpos con una serie de características y combinaciones no contenidas en las dos únicas posibilidades de existencia posibles, niña.
Una categoría que estará mediada por centímetros, conformando el llamado protocolo John Money. 4,5 centímetros para un “pene normal”, de lo contrario, había que acomodar, cortando o alargando para dar el tamaño adecuado en pos de asegurar la reproducción heterosexual po, prima.

En esta misma línea, es que en 1953, se oficializará otra categoría, llamada transexual, la cual fue acuñada por Harry Benjamin quién en 1966, publicará su libro: El fenómeno transexual. Benjamin explicará que el problema ubicado “bajo el cinturón” puedía perfectamente ser solucionado mediante la intervención médica. El relato del cuerpo equivocado hacía su entrada de manera magistral.

No fue hasta la década de los setenta, específicamente, 1975, mediante el término “transgender” en Estados Unidos, traducido al castellano como “transgénero” que no se puso en duda, a la transexualidad como discurso oficial, y no desde la medicina, sino que desde activismos políticos, lo cual tendrá ecos en otros lugares del mundo. Aaawwww. ¿Aaawww?

Sin embargo, me interesa plantear  lo “transgender”, así, en inglés, y no porque una sea de las siúticas, sino para remarcar que es un término nacido en un contexto y lugar específicos. Y siempre, creo, hay que tener ojo, niña, con lo que una llega y usa como si fuera crema, sabí.

Ahora bien, este concepto, permitió comprender, así como posteriormente, aquello de lo queer, lo de la pluralidad de identidades y subjetividades que no se identificaban con el discurso médico del cuerpo equivocado. Lo cual, posibilitó diálogos en discusiones en territorios del Abya Yala. Pues, porque una no conocía la existencia de machi weyes, y nunca será tan glamoroso citar a una muxe como Amaranta Gómez Regalado, que a Paul B. Preciado o a la Judith Butler po, niña.

Pero así, lo transexual o lo transgénero que se inscriben en el término paraguas denominado “Trans”, se enmarcan en la lógica de una estructura mayor que lleva por nombre Multiculturalismo, bb.

Este engendro de fines de los ochenta, vendrá a plantear, desde mi perspectiva, nada más que la existencia de una diversidad de identidades que debían ser incluidas en la generosa sociedad y, en consecuencia, en toas sus instituciones. Y digo diversas, porque entiendo que subyace aquí la domesticación. No se incluyen a las putas travestis, a las monstruosas no votantes ni a las que laburamos sin tener que firmar un contrato o extender boletas. Se incluyen a la gente trans. Esa categoría de mediados del siglo XX se impone por sobre algún registro histórico de machi weyes, o de los maricones travestosos atrapados durante la redada del 27 de abril de 1927 en Valparaíso; misma suerte para cualquier atisbo de las locas del ¨73 y su protesta contra la tortura.

Se incluirá, a toa la gente trans, operada o no, binaria o no. Total, prima: ya salieron las zapatillas sin género. Porque el génerx neutre queda supeditado a la promo de Ripley con Diana Bolocco a la cabeza y en liberal clave de derechos. Porque sí, el Multiculturalismo nos habla y habla de derechos, porque de eso va la inclusión. Pero insisto, para incluirnos hay que renunciar a quiénes somos.

Hay que hacerle caso a los Colonizadores que desde 1492 nos reducen al Pecado Nefando, bautizándonos como putos, amujerados y cuánta otra cosa, niña por la re flauta.
Y si una se los reapropia, cuidado, no te quieres. No nos podemos llamar “mariconas” a nosotras mismas, no podemos seguir reivindicando la existencia travesti, pues no es lindo. Hoy se lleva, lo trans, y si se es niñe trans, mejor. Porque de rosado, ya nos habló Cathy Barriga.

Quizá la aclaración esté de más, pero la escribiré: no tengo nada en contra de quién se autoperciba como trans y por supuesto, NADA en contra de niñes trans, porque te digo algo, Mariela, fascista no soy. Lo que pongo en tensión es la borradura, es la domesticación que ha implicado para nuestras corporalidades, aquello de lo trans.
Así no resulta extraño, oír en boca de muchxs compañerxs trans, que son lxs primerxs en tal o cual ejercicio, acción, rol, etc. Y yo digo, hay que ser capaz de mirar nuestro pasado, el cual es aaaamplio, y es mucho más que Daniela Vega, bb. Y mucho más, por cierto, que el lenguaje inclusivo.

Como ya estoy acostumbrada a la crítica: “siempre ves el vaso medio vacío”. Quiero decir, soy capaz de darme cuenta sobre la importancia de hablar de niñez trans, de tener luego una Ley de Identidad de Género, de contar con figuras trans reconocidas, pero quedarse con esta visión, es mirar la vida, con un foco encendido al frente.

Obnubiladxs no podemos darnos cuenta que hablar de lo trans, ni entender que se trata de una imposición de la medicina patriarcal, ni comprender que se inscribe en la estrategia domesticarizadora de la diversidad identitaria, ni reparar que es una de las tantas formas de borrar el quiénes somos, de silenciar el bastardo origen de nuestras corporalidades. Claro que nada de esto lo podemos ver.

Si siendo buenxs ciudadanxs, ni siquiera molestaremos a eso ridículos del Partido de Nazis, disfrazado de “gente preocupada por la Nación”, deberíamos ser capaces de preguntarnos, qué sucede.

Por cierto, en los tiempos convulsos que ya están siendo y se avecinan aún peores, continuar visibilizándose, se vuelve menester, pero, niña: lo trans se inscribe en la lógica legalista, en los derechos. Si nuestra existencia, no será capaz de superar esta esfera, me parece, estamos en problemas. Y en términos, de la Modernidad, en vez de contribuir a detener la máquina demoledora de vida, nos seguiremos dedicando a robustecerla.
No lo desarrollaré en este escrito, porque creo que amerita una reflexión aparte, pero yo, tal y como lo planteó esta prima de la Giuseppe Campuzano, considero que las raritas y rarites jamás hemos estado al borde de la historia, niña; por el contrario, somos y hemos sido parte constituyente fundamental sobre la cual se ha erigido la incuestionable historia androcéntrica, es decir, del varón, adulto y amo.

A nosotras las raritas, llevan casi 527 años, intentando borrarnos de SU historia, y no lo han conseguido. Nos temen, pues saben de nuestras potencialidades desestabilizantes de su sistema mundo colonial-moderno. Me parece urgente que seamos capaces de verlo y de comprender el rol central que podríamos cumplir si nos asumimos al centro del relato y no, incorporándonos a éste en clave inclusiva que no es más que otra forma de continuar borrándonos.
Aaawww.

(*)Núñez de Pineda y Bascuñán, Francisco. Cautiverio Feliz y Razón de las Guerras Dilatadas en Chile. Imprenta El Ferrocarril, Santiago, Chile, 1863 (1673). Citado por Ana Mariella Bacigalupo en su artículo La lucha por la masculinidad del Machi: políticas coloniales de género, sexualidad y poder en el sur de Chile. Revista de Historia Indígena. Consultado en: https://revistahistoriaindigena.uchile.cl/index.php/RHI/article/view/40145/41707
(*)Francisco López de Gómara. Historia general de las Indias. Tomo I

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