Ay,
niña: al tiro (pistola de la población, oay) te digo que esto de la Colonial
Modernidad dicen que fue un término trabajado por Anibal Quijano, pero la
Silvia Rivera Cusicanqui le palabreó y dijo que no fue él el primero en usarlo.
En fin, ai no ai k meterc.
En
el caso particular del territorio bajo control de lo que se conoce como Estado-Nación
de Chile, desde 1520, comenzamos a recibir lo que la misma palabrúa de la
Silvia Rivera Cusicanqui llamó “herida colonial”. El primero en llegar, fue
Hernando de Magallanes, a lo que se ha denominado colonialmente como La Patagonia,
habitada por Huiliches.
¿Qué
había en estos territorios a la llegada de los conquistadores?
Quizá
el siguiente texto citado por Ana Mariella Bacigalupo lo responda (*)
“Llegó
un indio de tan mal figura, que su traje, perverso rostro y talle, estaba
significando lo que era… parecía un Lucifer en sus facciones, talle y traje,
porque andaba sin calzones, que este era de los que… llaman hueyes… traía en
lugar de calzones un puno, que es una mantichuela que traen por delante de la
cintura para abajo, al modo de las indias, y unas camisetas largas encima.
Traía el cabello largo y suelto, siendo así que todos los demás andan
trenzados, las uñas tenía tan disformes, que parecían cucharas. Feísimo de
rostro, y en el ojo una nube que lo comprendía todo. Muy pequeño de cuerpo,
algo espaldudo, y rengo de una pierna, que con sólo mirarlo causaba terror y
espanto: con que daba a entender sus viles ejercicios… El que usa el oficio de
varón no es baldonado por él, como el que en nuestro vulgar lenguaje quiere
decir nefando y más propiamente putos que es la verdadera explicación del
nombre hueles… acomodándose a ser machis o curanderos, porque tienen pacto con
el demonio” (*)
El
relato corresponde al cautivo Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, en una
comunidad mapuche durante la Guerra de Arauco en 1629. Lo que describe, es a un
machi weye; es decir, a un machi propio de este lugar. Quién ejercía diversas
labores al interior de una comunidad, desde curanderx hasta consejero en
asuntos de la guerra.
Se
referirá a esta corporalidad, utilizando palabras propias de su vocabulario de
occidental colonizador: “puto” y con “nefando” da cuenta del llamado “pecado
nefando”. Es decir, aquello de lo que cual no se puede hablar, pero que desde
la llegada de los colonizadores genocidas, nos ha definido en cuanto a
existencias.
Lo
que va a ocurrir es la borradura de nuestras formas de habitarnos en un
particular son/no son. La mejor muestra de esto es el concepto de Pecado
Nefando, que refiere a aquello que no puede ser nombrado.
La
siguiente frase es un clásico de clásico, niña, y por lo mismo, lo usaré hasta
que tenga too el pelo blanco:
“Aperreó
Balboa cincuenta putos que halló allí, y luego quemólos, informando primero de
su abominable y sucio pecado”(*)
No
se describe el acto en sí, pero se declara con total convicción que se trata de
algo abominable y sucio. Nosotras, hemos sido aquello. Y lo preocupante, es que
esto ha cambiado en clave de Multiculturalismo diverso e inclusivo.
Para
llegar a esta etapa, sin embargo, quisiera dar cuenta de algunos antecedentes
previos inscritos por la medicina androcéntrica, oay de los oays.
Primero,
esta creación del género en un laboratorio gringo a fines de la década de los
cuarenta, de la mano de un equipo médico comandado por John Money, quienes
vieron que la categoría clasificatoria de sexo no daba cuenta para abordar una
serie de corporalidades que se escapaban al binario excluyente de hombre/mujer.
Excluyente, por cuanto si se es hombre no se puede ser mujer y si se es mujer
no se puede ser hombre. No obstante, el género tampoco logró contener a todos
los cuerpos, fue así que la categoría de intersexualidad saltó a la palestra.
Intersexualidad
que, parafraseando a la prima intersex de la Mauro Cabral, corresponde a una clasificación
que da cuenta de cuerpos con una serie de características y combinaciones no
contenidas en las dos únicas posibilidades de existencia posibles, niña.
Una
categoría que estará mediada por centímetros, conformando el llamado protocolo John
Money. 4,5 centímetros para un “pene normal”, de lo contrario, había que acomodar,
cortando o alargando para dar el tamaño adecuado en pos de asegurar la
reproducción heterosexual po, prima.
En
esta misma línea, es que en 1953, se oficializará otra categoría, llamada
transexual, la cual fue acuñada por Harry Benjamin quién en 1966, publicará su
libro: El fenómeno transexual. Benjamin explicará que el problema ubicado “bajo
el cinturón” puedía perfectamente ser solucionado mediante la intervención
médica. El relato del cuerpo equivocado hacía su entrada de manera magistral.
No
fue hasta la década de los setenta, específicamente, 1975, mediante el término “transgender”
en Estados Unidos, traducido al castellano como “transgénero” que no se puso en
duda, a la transexualidad como discurso oficial, y no desde la medicina, sino
que desde activismos políticos, lo cual tendrá ecos en otros lugares del mundo.
Aaawwww. ¿Aaawww?
Sin
embargo, me interesa plantear lo “transgender”,
así, en inglés, y no porque una sea de las siúticas, sino para remarcar que es
un término nacido en un contexto y lugar específicos. Y siempre, creo, hay que
tener ojo, niña, con lo que una llega y usa como si fuera crema, sabí.
Ahora
bien, este concepto, permitió comprender, así como posteriormente, aquello de
lo queer, lo de la pluralidad de identidades y subjetividades que no se
identificaban con el discurso médico del cuerpo equivocado. Lo cual, posibilitó
diálogos en discusiones en territorios del Abya Yala. Pues, porque una no
conocía la existencia de machi weyes, y nunca será tan glamoroso citar a una
muxe como Amaranta Gómez Regalado, que a Paul B. Preciado o a la Judith Butler
po, niña.
Pero
así, lo transexual o lo transgénero que se inscriben en el término paraguas
denominado “Trans”, se enmarcan en la lógica de una estructura mayor que lleva
por nombre Multiculturalismo, bb.
Este
engendro de fines de los ochenta, vendrá a plantear, desde mi perspectiva, nada
más que la existencia de una diversidad de identidades que debían ser incluidas
en la generosa sociedad y, en consecuencia, en toas sus instituciones. Y digo
diversas, porque entiendo que subyace aquí la domesticación. No se incluyen a
las putas travestis, a las monstruosas no votantes ni a las que laburamos sin
tener que firmar un contrato o extender boletas. Se incluyen a la gente trans. Esa
categoría de mediados del siglo XX se impone por sobre algún registro histórico
de machi weyes, o de los maricones travestosos atrapados durante la redada del
27 de abril de 1927 en Valparaíso; misma suerte para cualquier atisbo de las
locas del ¨73 y su protesta contra la tortura.
Se
incluirá, a toa la gente trans, operada o no, binaria o no. Total, prima: ya
salieron las zapatillas sin género. Porque el génerx neutre queda supeditado a
la promo de Ripley con Diana Bolocco a la cabeza y en liberal clave de
derechos. Porque sí, el Multiculturalismo nos habla y habla de derechos, porque
de eso va la inclusión. Pero insisto, para incluirnos hay que renunciar a
quiénes somos.
Hay
que hacerle caso a los Colonizadores que desde 1492 nos reducen al Pecado
Nefando, bautizándonos como putos, amujerados y cuánta otra cosa, niña por la re
flauta.
Y
si una se los reapropia, cuidado, no te quieres. No nos podemos llamar “mariconas”
a nosotras mismas, no podemos seguir reivindicando la existencia travesti, pues
no es lindo. Hoy se lleva, lo trans, y si se es niñe trans, mejor. Porque de
rosado, ya nos habló Cathy Barriga.
Quizá
la aclaración esté de más, pero la escribiré: no tengo nada en contra de quién
se autoperciba como trans y por supuesto, NADA en contra de niñes trans, porque
te digo algo, Mariela, fascista no soy. Lo que pongo en tensión es la
borradura, es la domesticación que ha implicado para nuestras corporalidades,
aquello de lo trans.
Así
no resulta extraño, oír en boca de muchxs compañerxs trans, que son lxs
primerxs en tal o cual ejercicio, acción, rol, etc. Y yo digo, hay que ser
capaz de mirar nuestro pasado, el cual es aaaamplio, y es mucho más que Daniela
Vega, bb. Y mucho más, por cierto, que el lenguaje inclusivo.
Como
ya estoy acostumbrada a la crítica: “siempre ves el vaso medio vacío”. Quiero
decir, soy capaz de darme cuenta sobre la importancia de hablar de niñez trans,
de tener luego una Ley de Identidad de Género, de contar con figuras trans
reconocidas, pero quedarse con esta visión, es mirar la vida, con un foco
encendido al frente.
Obnubiladxs
no podemos darnos cuenta que hablar de lo trans, ni entender que se trata de
una imposición de la medicina patriarcal, ni comprender que se inscribe en la
estrategia domesticarizadora de la diversidad identitaria, ni reparar que es
una de las tantas formas de borrar el quiénes somos, de silenciar el bastardo
origen de nuestras corporalidades. Claro que nada de esto lo podemos ver.
Si
siendo buenxs ciudadanxs, ni siquiera molestaremos a eso ridículos del Partido
de Nazis, disfrazado de “gente preocupada por la Nación”, deberíamos ser
capaces de preguntarnos, qué sucede.
Por
cierto, en los tiempos convulsos que ya están siendo y se avecinan aún peores, continuar
visibilizándose, se vuelve menester, pero, niña: lo trans se inscribe en la
lógica legalista, en los derechos. Si nuestra existencia, no será capaz de
superar esta esfera, me parece, estamos en problemas. Y en términos, de la
Modernidad, en vez de contribuir a detener la máquina demoledora de vida, nos
seguiremos dedicando a robustecerla.
No
lo desarrollaré en este escrito, porque creo que amerita una reflexión aparte,
pero yo, tal y como lo planteó esta prima de la Giuseppe Campuzano, considero
que las raritas y rarites jamás hemos estado al borde de la historia, niña; por
el contrario, somos y hemos sido parte constituyente fundamental sobre la cual
se ha erigido la incuestionable historia androcéntrica, es decir, del varón,
adulto y amo.
A
nosotras las raritas, llevan casi 527 años, intentando borrarnos de SU
historia, y no lo han conseguido. Nos temen, pues saben de nuestras
potencialidades desestabilizantes de su sistema mundo colonial-moderno. Me
parece urgente que seamos capaces de verlo y de comprender el rol central que
podríamos cumplir si nos asumimos al centro del relato y no, incorporándonos a
éste en clave inclusiva que no es más que otra forma de continuar borrándonos.
Aaawww.
(*)Núñez de Pineda y Bascuñán, Francisco. Cautiverio
Feliz y Razón de las Guerras Dilatadas en Chile. Imprenta El Ferrocarril,
Santiago, Chile, 1863 (1673). Citado por Ana Mariella Bacigalupo en su artículo
La lucha por la masculinidad del Machi: políticas coloniales de género,
sexualidad y poder en el sur de Chile. Revista de Historia Indígena. Consultado
en: https://revistahistoriaindigena.uchile.cl/index.php/RHI/article/view/40145/41707
(*)Francisco
López de Gómara. Historia general de las Indias. Tomo I
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