Existen las más diversas explicaciones, definiciones,
aproximaciones, etc. Respecto de lo que implicaría ser eso llamado monstruo:
desde que atenta contra la naturaleza, por ende contra el Dios cristiano y todo
lo vivo, hasta que es parte del orden natural de la cosas, bajo la figura de la
excepción a la regla. De rechazados a portentos. Por lo tanto, desde mi
perspectiva, su entendimiento y aproximación son contextuales, dependiendo así,
de la época y lugar en los cuales nos haya tocado vivir.
En los tiempos actuales, en este lugar llamado Estado
Nación Chile: se equipara monstruo a lo anormal que debe ser castigado, dado
que, al parecer, los jueces del comportamiento social establecen que lo
monstruoso, en cuanto anormal, resulta del todo imposible de corregir para
volverlo… normal. Particularmente con los lamentables casos recientes de
Antonia Barra y Ámbar Cornejo, el monstruo como significado de esa peligrosa
anormalidad vuelve a ponerse en la palestra. Una que refleja lo que muy bien
Foucault nos explicó respecto de la normalización, un proceso que dictaminaría
qué sería lo normal y lo anormal. Es decir, qué sería correcto y lo incorrecto.
Una verdad que debía imponerse sobre la peligrosa mentira que escapaba de lo
que se debía ser.
Así, el violador de Antonia, Martin Pradenas y Hugo
Bustamante, han sido caracterizados como verdaderos monstruos, lo que para
alguien como yo, representa una gran preocupación. Pues los monstruos, en este
sistema mundo de la Modernidad, una que es Patriarcal y Colonial, han y por qué
no decirlo, hemos sido excluídxs, por la frágil normalidad que se ve amenazada
por nuestra presencia.
Quisiera señalar inmediatamente lo siguiente: Martín
Pradenas, Hugo Bustamante no son monstruos son hombres cis, heterosexuales.
Pradenas, además, de una familia acomodada. Y por sobre todo, normales. Pues
tal como lo plantea Leonor Silvestri, la violación no es la excepción, es la
regla. Tendría que decir, para ser más precisa al referirme a ambos casos: la
misoginia no es la excepción, es la regla. No es el momento, por ahora, para
profundizar en aquello. Pero desde ya me gustaría hacer la invitación a cuestionar
esta misoginia internalizada que tal vez, no nos haga violar o matar a mujeres,
pero sí nos hace despreciarlas, querer protegerlas, porque son tan frágiles que
no pueden defenderse por sí mismas. Al desear alejarlas de todo peligro, tal vez, nosotrxs mismxs seamos un peligro.
Y como sé que suele de inmediato argüirse que no todos
los hombres son como Martín Pradenas, por ejemplo. Yo digo, hagamos un
ejercicio de honestidad: ¿cómo se llama cuando no se quiere intimar con alguien
y de algún modo, te hace sentir comprometida a hacerlo? Díganme: ¿a quién no le
ha pasado? . Entonces, no es Martín, no es Hugo a quienes debemos dirigir
nuestros ojos de jueces de la buena conciencia... al menos, no desde el ser
juez, ni tampoco mantener una preocupación exclusiva en estos seres, sino que principalmente,
preguntarnos sobre nosotrxs mismxs. Pues, no solo los hombres violan…
Entonces, llamarles monstruos a estos seres, refuerza que
existe lo correcto y lo incorrecto. Y no hemos reparado que este mundo que nos tocó
habitar no ha dialogado lo correcto y menos lo incorrecto, lo ha impuesto. Les
formulo otra pregunta: ¿existen leyes consensuadas? Digo, en el más amplio
sentido y repito la pregunta: ¿existen leyes consensuadas? A lo que agrego,
¿cuál es la retórica de valor para los consensos?
Siguiendo esta línea, lo correcto es impuesto: ¿Por
quién? Podríamos resumirlo en el siguiente concepto: por la cultura hegemónica.
Es decir, aquella que puede enunciarse realmente, porque existe, le vemos, le
percibimos, desde abajo, creyéndonos parte de ella. Y a la vez, esta cultura
hegemónica puede fundar. ¿Fundar qué cosas? Un Orden Simbólico, y en
consecuencia, una materialidad que a su vez refuerza este Orden Simbólico. Uno,
que al decir de las feministas radicales de la diferencia: es más bien, un
Desorden Simbólico Patriarcal, porque al nombrarnos con sus categorías, nos
invisibilizamos; al nombrarnos con sus categorías, nos borramos.
En él, la monstruosidad es esa peligrosa excepción a la
regla -no consensos- a la regla, a esa verticalidad impuesta, aunque se
disfrace de una curiosa representatividad. Pregunto: ¿cómo nombrar si al
hacerlo me borro? ¿Cuál representación tendré, si cuando me ven, no me perciben?
Porque, de igual modo, no toda la gente puede ver literalmente ¿Me perciben si
inmediatamente asumirán que vivo en un cuerpo equivocado y obviamente deseo
convertirme en una mujer? Me pregunto además: ¿en cuál mujer? Hasta donde yo
entiendo hay diversas formas de habitar el ser o estar siendo mujer.
En esta imposibilidad de nombrarse, porque existe una
imposibilidad de existir, creo que hay un camino para resquebrajar ese Desorden
Simbólico Patriarcal que nos determina y constriñe. Aquí, es que llega lo
monstruoso. Aquí es cuando este monstruo irrumpe, poniendo en tensión, por lo
tanto, a la normalidad.
Este monstruo, será monstrux, con x. Primero, porque eso
llamado monstrux, no sabemos qué es, aunque pretenciosamente, algunos asumirán de
manera arbitraria y afirmarán que saben qué es. Pero si esx monstrux no habla
desde este Desorden Simbólico Hegemónico, entonces, se mantiene en una
incógnita. Abre la temida incertidumbre.
Estx monstrux puede operar -al menos- en dos dimensiones:
Por una parte, se muestra y por la otra, les muestra al resto. Es, por decirlo
así, una especie de espejo que podríamos caracterizar como deformado, respecto
de la normalización que sería la forma correcta. Al mostrarse y los otros no
saber qué es realmente, entonces, hay incertidumbre, porque se conecta con la
otra dimensión de este monstruo con x: muestra a otros. Usualmente, una herida. ¿Quién, realmente, está con la
disposición de enfrentarse a la herida? Una que si bien no es originada por
cada uno, si cada cual, puede llegar a empeorarla. Hacerse cargo de la
autodestrucción, lo sé, no es ni será fácil, pero ahí está esx monstrux con X
que nos invita a…
En segundo lugar, la X expresa una incertidumbre respecto
a la cantidad, que se lleva a la eventual S con ella. ¿Por qué asumir que lx
monstrux es uno? Monstrux con X es un fanzine, un collage. Se conforma de
partes irregulares entre sí, que se adhieren no del todo, es por lo mismo,
estridente. Por eso una monstruosa no puede pasar desapercibida. La invitación
desde la perspectiva presentada ahora para ustedes, es comprendernos siendo
todxs a la vez. Una x que hable de dos, de cien, de miles, de cinco, de diez.
Un existir que al existir se camufla en sí, porque este Desorden Simbólico
Patriarcal no puede decodificar la disrupción más allá de la moral de lo
correcto y lo incorrecto. He aquí, por lo tanto, una ventaja. Al menos, una que
les invito a ustedes a percibir. ¿O seguiremos intentando, al decir de Audre
Lorde, desmontar la Casa del Amo con las herramientas del Amo?
Una colectividad que nos haga actuar en bandada, sin
innecesarios liderazgos, porque esa fórmula es parte del mundo que está
cayendo, o es que acaso, ¿No estamos leyendo que desde el 2011 se abrió un
nuevo ciclo social/político que ha venido expresando la deslegitimación de la
institucionalidad? Una misma institucionalidad destinada a frenar el clamor
popular.
Al respecto, honestamente, les pregunto: ¿seguiremos
repitiendo que la idea del plebiscito se instala desde la calle? Personalmente,
no podría avalar la constitución del Dictador, claramente, no soy partidaria
del Rechazo, pero exijo honestidad, porque sin honestidad: ¿cómo podemos seguir
confiando lx unx en lx otrx?
En mi lectura, el plebiscito fue una salida
institucional, por arriba, entre los partidos del régimen, dentro del cual
incluyo a la socialdemocracia más joven que más han perdido minutos en explicar
por qué votaron y no votaron por tal o cuáles indicaciones de tal o cual ley
profundamente represiva, en vez de desarrollar un rol impugnador de la
corrupción del Poder. Leyes que, sabemos no perjudicarán Ni a los Larraín, ni los
Matte, ni los Luksic. Porque las cárceles tienen sello de clase y de raza.
Por cierto, que debe terminarse la Constitución de la
Dictadura, por supuesto que sí. Solo en lo simbólico, ya es muy relevante. Pero
invito a la transparencia.
Desde este habitarse y estar siendo monstrux, así con x,
en tercer punto, se plantea y nos plantea dejar de intentar desmontar la Casa
del Amo con las herramientas del Amo. ¿La razón? Curiosamente, la x. ¿Cómo
pronunciarla sin transformarla en g o en j? ¿Cómo pronunciarla asumiendo su
explosividad? Pues creo que así: que explote, que remezca, que nos remezca.
Los defensores de la RAE, apelan a ésta para plantear que
no puede usarse la e como un sufijo que exprese un género neutro, obviando que
hablamos como hablamos por una imposición sangrienta de hace más de 500 años, llamada
Colonización, que nos instaló este pensamiento binario que se alimenta de
dicotomías, sin lograr dar cuenta de los maravillosos intersticios y cruces que
habitamos y nos habitan, sin lograr develar las maravillosas complejidades de
las pluralidades.
El suyo, este Desorden Simbólico Patriarcal, es el Mundo
del Uno, es el Adán que pretende siempre sacarnos de su costilla. La X, ese
error el cual reportaba María Olivia Monckeberg quería decir aquel símbolo en
las antiguas máquinas de escribir, es una posibilidad de abrir otros caminos,
nuevas y plurales aventuras que apunten a algo más que el Plebiscito, que nos
hagan construir mundos otros. Como dicen los, las, otroas zapatistas, por un
mundo donde quepan muchos mundos.
No nos transformemos, en su costilla, no seamos el falso
dos en el Mundo del Uno. No validemos su asesina normalidad, pues como gritan
las paredes de las calles, el problema es la normalidad. Porque el problema no
es solo Jaime Guzmán o Sebastián Piñera, somos nosotrxs, con nuestros propios
Jaimes Guzmanes y Sebastianes Piñeras, que ahí aguardan a tomarse el Poder: ¿Y
para qué? Realmente, ¿para qué?
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